Siempre
me definí como una bostera enferma, pero creo que con lo que hice ya me curé.
El
domingo era un día más de fútbol para todos. Sin embargo, para mí ese día era
una forma de dejar de sentir que estoy enferma por Boca Juniors. Caminaba con
ellos, un grupo compuesto por mi mejor amiga, la prima de Córdoba, mi novia y
el novio de mi amiga. Todos gallinas amargas, o sea hinchas del equipo que
siempre me cayó muy mal. Estoy hablando de riBer y así está bien escrito.
Ese
domingo las gallinas jugaban contra Rosario Central que al igual que Boquita
también es azul y amarillo. Aunque Boquita es azul y oro, en realidad... Ese
día me predispuse a realizar todo ese ritual típico de ponerme ropa de cancha,
levantarme sabiendo que no era un día cualquiera. Sino que ese domingo volvía a
ver un partido en el mismísimo gallinero... Claro, el tema era que esa cancha
era la de Riber. El club que no me banco ni un poco. Salude a mis amigos
gallinas y le di la mano a mi novia. Tomamos la línea veintinueve que pasa por
Avenida del Libertador. Cuando bajamos del colectivo ya sabía que faltaba muy
poco para llegar. El frío era cada vez más fuerte, porque la temperatura
descendía rápidamente y las ganas de vomitar iban en aumento. Caminar
significaba tener más y más nervios que me inundaban todo el cuerpo. En el
camino ella nunca me soltó la mano, sabía que lo que yo estaba viviendo no era
algo de todos los días. Porque ni siquiera ella había vivido algo así.
Pasamos
dos controles y el tercero era el último cacheo antes de entrar. Se me acercó y
me descoló con su pregunta de cuántos años tenía. La poli era rubia artificial,
estaba vestida de azul. Respondí enseguida que tenía veintisiete y mientras
tanto el agente me hacía un redondeo de mis pequeñas e insignificantes tetas.
Porque aunque yo creía que no tenía ninguna existencia de repente esta rubia le
daba mucha vida a mis pechitos comunicativos.
Sus
manos bajaron y me acariciaron por un segundo la cola. Listo. Se terminaba la
tortura. Lo que no imaginaba era que eso no había sido nada de nada. Faltaba
mucho todavía en ese día inhabitual.
Aceleramos
la marcha y pasamos por fin las entradas por el molinete. Eran tarjetas
plásticas iguales como una de crédito, pero que ésta sólo te dejaba entrar al
gallinero esa tarde y nada más.
Empezábamos
a subir las escaleras hasta que por fin llegamos a nuestra ubicación:
Centenario, media. Era techada y gracias. Buscábamos un lugar para sentarnos y
en ese momento veo una cara conocida. Era mi primo, lo abracé, pero él tardó
unos segundos más que yo en reconocerme. Nos saludamos rápido y enseguida se
perdió entre todas las gallinas que pululaban allí.
Nos
ubicamos en el pasillo de escaleras. Estábamos parados los cinco juntos. El
partido comenzó y yo me quedé dura cuando todos saltaban y saltaban cantando: —el
que no saaaltaaaa abandonóooo. Enseguida, improvisé para mis adentros: —el que
salta es de la B, el que salta es de la B. Entonces, me quedé quieta. Sólo sonreía
porque yo repetía mentalmente: "el que salta es de la B, el que salta es
de la B", pero sin proferirlo. Ellos gritaban su cantito. De esa manera
ambos estábamos pasándola bien. Tanto ellos como local y yo de visitante.
Yo soy
de Boca y escuchar esas canciones por más de una hora fue tremendo. Lo único
bueno era que estaba con mis amigos y mi novia ultra y archi fanática de riBer.
Las
canciones seguían y seguían sonando. Mis amigos seguían cantando. Eran pequeños
dolores que me repercutían en todo el cuerpo. Los odiaba a todos, pero me
contuve. Aunque mi mente les cantaba: "vos soooos de la Beeeeeeee, vos soooos
de la Beee, vooos sooos de la Beee". Ahí me dibuje una sonrisa y me
mimeticé con el resto.
El
partido terminó, aplaudí el triunfo de las gallinas sobre el canalla, que no me
hizo ninguna gracia. Tampoco sentí un sufrimiento, tampoco era algo
insoportable.
A mis
amigos les decía que se sacaran la foto en la be larga, que era un sector de la
cancha señalado con esa letra. Me acuerdo y me río de ese chiste que les hice.
Si lo
pienso sé que fui a ver ese partido para ver qué era lo que podía sentir
mientras estaba y presenciaba todo ese momento, con toda esa gente. Como hincha
de Boca que soy, sé cómo hay que comportarse. No soy alguien que se
autodenomina hincha de Boca y les tira gas pimienta a esos jugadores de plumas
blancas y cresta roja que me pregunto todo el tiempo si ponen huevos. La verdad
es que sé comportarme cuando visito la casa de un hijo, bobo, pero hijo al fin.
by Ashtonizada